Recuerda
Nuestra historia

El origen de la cordillera pirenaica se produjo en la era Terciaria (65 millones de años atrás) como resultado de la descomunal colisión entre las placas tectónicas Ibérica y Eurosiberiana a lo largo de más de 100 km. Las rocas más duras del zócalo o basamento se fracturaron y apilaron unas sobre otras, emergiendo a grandes alturas los materiales de mayor antigüedad formando el llamado Pirineo Axial, donde se alinean las más altas cumbres pirenaicas que superan los 3.000 m. destacando el Aneto (3.404 m.), Posets/Llardana (3.369 m.) o Monte Perdido (3.348 m.). Por su parte, las rocas que se habían depositado más recientemente se comprimieron y desplazaron hacia el sur, despegándose del basamento y conformando las llamadas Sierras Interiores, cordón de crestas calcáreas con una altitud que no supera los 3.000 m. entre las que se encuentran por ejemplo el Cotiella (2.912 m.), Tendenera (2.847 m.), Telera (2.762 m.), Collarada (2.883 m.) y el propio Turbón (2.492 m.).

Desde siempre, el Turbón ha despertado mucho interés tanto por las propiedades de sus aguas como por las historias misteriosas que sobre él se cuentan. La leyenda dice que en este enclave entre montañas las brujas han celebrado desde siempre sus aquelarres, reuniones secretas llenas de misterio que no cuesta imaginar entre los rincones que el Turbón, majestuoso dominador del conjunto, deja adivinar entre sus rocas.

Y trasladándonos al origen de los tiempos, se comenta que fue en esta montaña mágica donde encalló el Arca de Noé al descender las aguas del Diluvio Universal: «L´arca ba turbá, l’arca ba turbá» gritó el personaje bíblico, utilizando palabras del lugar. Eso cuentan los abuelos -como recoge en sus escritos José Damián Dieste- y eso explicaría el topónimo, pues «turbar» equivaldría a encallar, y de «turbar», «Turbón».

Desconocemos si todo esto ocurrió tal y como nos cuentan, pero lo que sí es cierto es que el encanto del lugar, situado a 1.437 metros de altitud, su naturaleza y su magia resulta ideal para los amantes de la tranquilidad, para relajarse y disfrutar de sus aguas mineromedicinales.

En el entorno del macizo del Turbón se localizan numerosas fuentes, algunas caídas en el olvido por el abandono de la actividad del pastoreo. Esta gran riqueza en surgencias se debe a un curioso fenómeno, el karst, propio de terrenos calcáreos, como es el caso del Turbón. Estos substratos son muy permeables y poseen numerosas grietas que conforman un complicado sistema de conducciones interiores por las que circula el agua. Esta agua infiltrada, que fluye por el interior de la montaña, emerge de nuevo a cotas más bajas.

El uso del agua como medio curativo es una práctica conocida desde muy antiguo. Las élites griegas ya apreciaban la hidroterapia y para los romanos y cartagineses era una práctica social muy extendida que iba más allá del afán curativo.

Tras siglos de oscurantismo medieval, la actividad balnearia renace en Europa entre los siglos XVIII y XIX. En España aparece un Real Decreto en 1816 que regulaba la hidroterapia, instando a que cada uno de los baños más importantes del reino tuviera un profesor, versado en hidroterapia y medicina, para indicar su aplicación y uso.

Las aguas del manantial Virgen de La Peña de Las Vilas del Turbón han tenido fama mucho más allá de lo que alcanza la memoria de los vecinos más ancianos de esta pequeña población de la Ribagorza. Antes de que se construyera el Hotel Balneario se tiene constancia de la llegada de agüistas de toda la comarca, a pie o en caballerías, para tomar las aguas en busca de alivio a sus afecciones. El camino más frecuente era a través de la localidad de Campo, a varias horas de camino empinado y con complicaciones orográficas, lo que da muestra de las beneficiosas propiedades de las aguas que manan en este lugar.

Las obras de captado higiénico y embotellado de las aguas comenzaron en 1931 y el Hotel Balneario fue inaugurado en el año 1934. Todo comenzó gracias a la visión y valentía de dos matrimonios emprendedores y aventureros venidos de la localidad leridana de Balaguer, que conocedores de las propiedades curativas de las aguas que manaban en este escondido lugar, decidieron construir un establecimiento que permitiera a los visitantes alojarse en la localidad y disfrutar de los beneficios de sus aguas. El edificio original se construyó en dos años, de 1932 a 1933, lo que supuso un gran esfuerzo en aquella época, ya que el acceso a Las Vilas del Turbón únicamente era posible a pie o mediante caballerías lo que dificultaba tanto la llegada de los materiales como de las personas que hicieron posible que el proyecto saliera adelante.

El edificio original, con forma de H y distribuido en planta baja y planta primera, sigue constituyendo la parte fundamental del complejo y se distingue por su construcción mediante bloques que fueron construidos in situ y por la fuente de agua que se ubicó en el centro de la cafetería, la misma que continúa siendo santo y seña del establecimiento casi un siglo después.

Sin embargo, los inicios no fueron fáciles para sus fundadores, puesto que el establecimiento fue inaugurado durante la II República y en vísperas del golpe militar que desembocó en la Guerra Civil española. De esta forma, dos años después de su apertura el Hotel Balneario tuvo que cesar su actividad y sirvió de refugio de niños, mientras que otros fueron ocupados como hospitales, cuarteles y prisiones. En la posguerra, algunos establecimientos termales desaparecieron, otros se vendieron a órdenes religiosas y el resto se rehabilitaron para proseguir la actividad. En muchos casos se convirtieron en sanatorios para tuberculosos, auténtica epidemia en esos años.

En cambio, la fe de aquellos emprendedores seguía intacta y pese a todas las dificultades el Hotel Balneario reabrió sus puertas en 1942 y en 1950 llegó la ansiada carretera hasta la localidad lo que supuso un espaldarazo definitivo para el establecimiento, de forma que en la década de los 50 y los 60 su público provenía principalmente de las clases más acomodadas que pasaban largas temporadas tomando las aguas, ampliándose a partir de la década de los 70 a todos los estratos sociales.

La actividad del establecimiento tomó de nuevo impulso con la llegada del siglo XXI de la mano de la gestión de la tercera generación de la familia, que realizaron importantes esfuerzos en reformar el edificio y en modernizar la oferta balnearia con la introducción de nuevas técnicas termales.